A los niños, la pérdida de su querido animalito puede suponerles un gran disgusto. A veces tratan a su mascota como si fuese un hermanito pequeño y llegan a identificarse mucho con ella, la cuidan con cariño e incluso le hablan. Tratan al hamster del modo en que les gustaría que los adultos los tratasen a ellos.
El recuerdo de un animal tan querido es algo que no se suele olvidar, pues se trata de su primera toma de contacto con la muerte. Los padres han de tratar de ayudar al niño con toda su sensibilidad, pero sin cometer el error de prometerles un nuevo animalito para sustituir al que ha muerto. Sería perjudicial tanto para la sensibilidad del niño como para la identidad del animal. Este se convertiría en un objeto que puede ser reemplazado y los sentimientos del niño se verían muy afectados.
Se puede recurrir a historias acerca del "cielo de los animales" o explicar con franqueza que el hamster es un animal de vida corta y que la muerte forma parte de su ciclo biológico.
En estos casos lo más adecuado es enterrar al animalito en un rincón del jardín, o en el bosque. No hay ninguna ley que lo prohíba y es el método más sencillo y adecuado que "hacerlo desaparecer" de otras formas. Además, los niños pueden cuidar su pequeña tumba y ponerle flores de vez en cuando hasta que se vaya desvaneciendo el recuerdo de su querido hamster. También pueden plantar encima alguna planta para señalar el lugar.